Prólogo: Antes de Intentar describir con palabras aquello que mis sentimientos viven cada vez que me enfrento a convivencias como la de esta III Marcha a El Rocío, quiero agradeceros a todos la posibilidad de hacerme de nuevo partícipe de esta extraordinaria experiencia. Si soy sincero, me resulta difícil expresar lo acontecido sin tener como referencia lo que sucedió en la pasada edición, aunque evidentemente las circunstancias varían y más cuando se trata de algo que une, motiva y divierte como esta travesía nocturna que nos conduce hasta la aldea onubense. Debido al gran número de personas que fuimos y la división de grupos que había, quizás escribir una crónica en la que puedan participar todos se hace algo más complejo, pero esto al igual que la marcha para mí es un reto, y sólo espero que disfrutéis esta crónica del mismo modo que caminando disfrutamos el pasado sábado.
Tenía ganas de volver. Desde que se confirmó este 12 de Junio como fecha para la marcha he ansiado que llegase la hora de partir hacia la aldea, de volver a disfrutar de otra inolvidable noche de convivencia y aventura y, de dejar atrás aquellos angustiosos últimos kilómetros vagando por las arenas cual moribundo animal que se dirige hacia su lecho de muerte. Todo este tiempo siempre he tenido en mi mente lo que ha sucedido en 365 días atrás; no sólo referido a esa “derrota” física que mi cuerpo sufrió tras estar 90 minutos extra perdidos entre vacas, sino a no haber podido participar más activamente en vuestros entrenamientos o pruebas de ultra fondo que se han venido celebrando en este tiempo.
Comencé el año atlético con unas ideas, con unas metas muy claras y definidas, pero factores externos hicieron que con el tiempo se fueran difuminando, aunque siempre dejen trazos de color que hagan mirar el futuro con cierto grado de optimismo. Por suerte, una vez recuperado de todo mal y en buen grado de condición física, mi meta en esta ocasión era simplemente llegar saboreando todo lo que esta marcha conlleva a su alrededor y quizás no vemos, porque para quien está acostumbrado a entrenar yendo al límite cada día, poder compartir horas y horas de largo caminar de este modo es un verdadero reducto de tranquilidad interior.
Llegamos temprano a la “casta praetoria”, pocas unidades esperaban ya la partida pero el goteo incesante de nuevos guerreros me hace ver que esta vez tomaba la marcha otra dimensión. Reencontrarse con personas a las que no se ve en mucho tiempo siempre resulta especial, mágico a veces. Que el tiempo pase tan rápido es como una broma de mal gusto que nos pasa la vida, cuando tenemos horas de ocio el tiempo se nos hace infinito y cuando llega algo que siempre queremos recordar con más intensidad, no creemos en que tanto tiempo ha pasado desde entonces. Todos teníamos en mente la llegada de quien el año pasado marcó la travesía dejando una huella más profunda que la del hombre en la Luna, y ése quien si no, era nuestro querido “Potaje”. La “guasa” es inevitable cuando un supuesto atajo de hora y larga por un campo de vacas te conduce a unos metros por delante de Palacio, cuando se presupone que habíamos adelantado a todos los que en cierto modo lideraban la marcha y cuando se le pregunta si esta vez tocaba coger dicho atajo otra vez.
Los que vivimos aquello desde dentro sólo nos podemos reír y reír más con el tiempo, la anécdota quedó para siempre y teniendo en cuenta cómo queda ya el camino en ese tramo, dudo mucho que se pueda volver a repetir…al menos en aquella zona. Faltaba a la cita también nuestro “Schuster” particular, gratos recuerdos de sufrimiento puro guardo con él en el tramo de arena final, se hace difícil olvidar asimismo aquellos andares que de algún modo le hacían avanzar hasta la ermita, se mire por donde se mire, espíritu pretoriano tuvo hasta el último metro de aventura.
Así, comenzamos a andar en procesión por las calles de Tomares para llegar al carril de tierra que condujese hasta la primera parada en el Río Pudio, pero antes de salir del pueblo ya tuvimos la primera confusión en la dirección a seguir; empezaba con sobresalto la tarde, las risas saltaron al instante con una persona en la mente de todos, sin embargo, esto sólo sería el preludio de lo que más tarde ocurriría. Los primeros hectómetros y kilómetros se aprovechan para tomar fotos recuerdo de la ocasión, era el momento adecuado puesto que sería el inicio el único punto donde casi todos iríamos juntos, ya que con el tiempo las distancias se agrandarían y el número de integrantes por el contrario se reduciría.
Sin darnos apenas cuenta llegamos al primer alto, se sucedió todo muy rápido al tomarse la decisión de hacer la parada buena al llegar a los 10 kilómetros, momento en el cual ya circulaba un buen plato de gambas y algunas cervezas. Sin duda la falta de hielo condicionó claramente la correcta hidratación para el tramo que venía a continuación y que conducía a la Juliana. Flotaba en el aire una cierta bruma de tristeza por no haber podido degustar las primeras birras a estas alturas de camino, y para rematar la faena, surgieron conversaciones para determinar las mejores cervezas del momento. Para aquellos que no estaban en este grupo, la conclusión fue la Alhambra especial (1925), si alguien tiene otra sugerencia que aporte su opinión, con los días que se avecinan nunca está demás tener nuevas opciones en la nevera. Volviendo a lo que nos atañe, desde la retaguardia se veía claramente cómo la hilera que formábamos se extendía lejos en el horizonte, lástima que el astro rey no brillara en su esplendor para iluminar nuestro caminar con sus llameantes destellos del atardecer, por suerte antes de caer la noche el contraste del rojo fuego con la oscuridad del manto oscuro de nubes dejaba un paisaje digno de un paraíso idílico donde perderse sin dejar rastro, donde escapar de todo lo que ahora nos rodea y amarga la vida del día a día.
La llegada a la Juliana tenía una palabra clave, unión. Unión para esperar y agruparnos todos de cara a no ser parte de la “leyenda de los perdidos”, se acercaba el tramo de camino donde más fácil es perderse, y sin luz de luna que alumbrara nuestro camino, errar de dirección en la marcha se antojaba algo más que sencillo…. Y así fue, los teléfonos sonaron para informar del extravío de varios de nuestros “guerreros” en el camino, un cruce que se toma a la izquierda en lugar de seguir recto desemboca en un lugar lejano a la senda pretoriana; José Luis y Justo encabezan la búsqueda del grupo perdido al tanto que los demás seguimos en unión hasta el camping de Aznalcázar, rellenando nuestros pulmones de aire limpio y fresco mientras seguimos caminando a buen paso, intercalando historias y anécdotas que hacen del andar una cura regenerativa para el alma.
Se vislumbraban las luces del camping en la distancia cuando unas gotas de lluvia ponían cierta incertidumbre en nuestras cabezas. ¿Iría a más?, ¿se mantendría así la noche? o, ¿dejaría pronto de llover…? Al cabo del tiempo se despejó la duda y ese fino manto de agua quedó como lágrimas de alegría que el cielo regala al atravesar los pinares, pero no sería el único regalo de la noche ya que nuestro buen amigo Diego cumplía años y, para celebrarlo, nada mejor que un delicioso brownie , del que posteriormente dimos buena cuenta entre todos los que estábamos allí. Tras el breve descanso para reponer fuerzas y reencontrarnos con los “líderes de la marcha” comenzamos de nuevo la marcha hacia Villamanrique, previa parada en el vado del quema.
Tenía fuerzas al caminar, el riquísimo brownie me hizo sentir “poderoso” por un largo tiempo, quería correr y dejar atrás todo, llegar rápido a Villamanrique y emprender camino hacia la raya real, quería enfrentarme a las arenas donde sufrí el año pasado y disfrutar de verdad de un amanecer rodeado de naturaleza en el “jardín del edén”. Pero, el objetivo era claro y saborear cada simple paso era lo que tocaba esa noche; llegamos al quema pronto a mi parecer, y cuando se tiene esa sensación es porque verdaderamente se hacen las cosas de buen modo. El “bautizo” pretoriano era algo obligado para los noveles; “padre potaje” ejerció de maestro de ceremonias, más que bautizando, duchando a algunos de los nuevos peregrinos. Ya que había llovido en abundancia este año no era cuestión de escatimar en agua para este simbólico rito...
Tras la correspondiente foto para el recuerdo, de nuevo nos ponemos en marcha hacia Villamanrique, último punto donde verdaderamente todos estaríamos unidos antes de la llegada a la Aldea y último punto a su vez para alguno de los nuevos miembros de esta marcha. La parada en Villamanrique es, en cierto modo, encontrar un oasis en el desierto, pues toma una estampa única ver el pueblo iluminado entre tanta y tanta oscuridad alrededor. Una vez a los pies de la iglesia, era turno de nuevo para reponer fuerzas y cuidar unos pies que a estas alturas de camino empezaban a notar fatiga. Crema y cambio de calcetines era forzosa rutina que la experiencia de la pasada edición me dio. Estiramientos y buena hidratación, complementos ideales para poner el cuerpo a punto para lo que se avecinaba, que no era más que el simple comienzo del final de la aventura nocturna. Durante este tiempo de descanso llegó la furgoneta con los “perdidos en los pinares”, todos estábamos deseando oír qué nos contaban sobre ello, al tanto, llega el momento de gloria para la gran figura de Potaje, ¡ya no es él el único que se pierde por el camino!
Al poco volvemos a tomar el asfalto que conduce al cancelín. La salida del pueblo no estuvo tan animada como el año pasado al no haber ningún bar abierto con cierta mujer ebria para tantear a alguno de nuestros “guerreros”, y la oscuridad de la noche, a pesar del brillo de las pocas estrellas que querían iluminar nuestro camino, hizo que este tramo de transición hasta el inicio de la arena se tornara más “cansado” psicológicamente de lo que en realidad es. Pasaban por mi mente imágenes de la luna brillando a pleno esplendor, pasaban por mi mente las charlas que con nuestro Abencio mantenía a la vez que caminábamos sin cesar a toda velocidad hasta las puertas de del infierno de arena. Igualmente, mire atrás en pos ver la torre de la iglesia iluminada lejos ya en el horizonte, la imagen que me reconforta en el esfuerzo y llena de energía mi espíritu para afrontar el largo y fatigoso camino de arena que quedaba por delante.
El cancelín actuaba como última frontera. La sorpresa era generalizada nada más ver el piso, arena compacta y firme sustituía a la habitual de este terreno, todos cruzábamos lo dedos para que estuviera así si no todo el camino, al menos gran parte del mismo. Volver a coger algo de energía era el primer paso, el segundo, probar los calcetines ejecutivos a modo de polainas protectoras contra la arena. Mi enhorabuena a quien se le ocurriera esta brillante idea, me costaba creer que realmente protegiera tanto pero realmente el resultado es más que satisfactorio.
Comenzamos el peregrinar por las arenas a ritmo uniforme, siguiendo sorprendidos paso a paso por el maravilloso estado en el que se encontraba la raya. Sin esa luz que iluminara la ancha autovía natural que conduce a palacio, recrearse en el entorno era misión complicada salvo movimiento voluntario de nuestros frontales hacia los bordes naturales del camino. Un rápido paso hace llegar a nuestro grupo a palacio, y junto al abrevadero que lo precede nos reunificamos con otro grupo para encarar los últimos momentos de la marcha. Llegados al borde de palacio nos encontramos con la verja cerrada; el “yayo” Rafa Iza gira en primer lugar hacia la izquierda para unos pasos más adelante girar 180º y tomar el camino de la derecha que era el bueno para no volver a repetir la experiencia de perderse en este tramo de la raya. Ese desvío a la derecha significó el no poder hacerme una foto junto a la cancela que da entrada a la vaqueriza donde nos perdimos el año pasado, se esfumaba mi sueño de inmortalizar ese punto, era turno de avanzar y ver las primeras luces del alba a la vez que ir dejando palacio tras nuestros pasos.
Era este tramo el que causaba más dudas en mí tras la experiencia pasada. Dolores musculares, cansancio mental, no quería que eso se repitiese y llegar a meta entero era mi único objetivo en esos momentos. Sin embargo, las luces de alarma se encendieron al poco de iniciar este segundo tramo de arena, los “gemelos” volvían a jugarme una mala pasada y comenzaron a dejarse notar en forma de un dolor más que agudo, obligándome a parar cada poco tiempo para estirar y relajar de cara a poder llegar a la aldea. Menos mal que mi “padre” Rafa Iza estaba conmigo en esos momentos, hizo de médico y psicólogo al mismo tiempo, me calmó, me dio un antiinflamatorio y me dejo sus bastones de trekking. Esa combinación de elementos derivó en una resurrección más que notable, de estar muy hundido físicamente pasé a sentirme pleno de motivación y energía para llegar con fuerzas al final.
Como dice el refrán, nunca te irás a la cama sin haber aprendido algo nuevo, y la lección de hoy era sencilla: comprar unos bastones para la próxima travesía que haga. Así, pleno de fuerzas, el amanecer se vive de otra manera, los metros que se recorren dejan una lección moral tras sí, el entorno se hace más maravilloso aun de lo que ya es, y uno se siente afortunado de poder tener estos momentos en la vida, que son los que de verdad nos hacen sentirnos vivos. Entrando en la Aldea mi satisfacción personal era inmensa, mi objetivo estaba cumplido y a pesar de las penurias musculares que había experimentado minutos atrás, todo se sentía de otro modo. No marchaba, simplemente necesitaba avanzar…
Reencontrarme con el resto de pretorianos en la aldea fue especial. La reparadora ducha me repuso de las heridas del camino, y el desayuno volvió a darme las últimas fuerzas antes de caer rendido nada más subir al autobús de vuelta a casa. Un sueño que sólo se vio interrumpido por la puñalada al alma en forma de música hiriente de una emisora que no suena en mi coche habitualmente, y que tras lo escuchado en ese breve tiempo hasta la casa pretoriana, dudo mucho que pueda volver a escuchar en mucho tiempo. Así, pusimos fin a un nuevo viaje en nuestro peregrinar por la vida. Mi mente vuelve a estar marcada por una convivencia que difícilmente se puede obtener de otro modo, y mi cuerpo, sellado por el reconfortante esfuerzo que la marcha hasta El Rocío nos deja.
Víctor Ramirez
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